El anuncio de la victoria tras la Batalla de Leipzig: la historia la pintan los vencedores
Johann Peter Krafft, 1839
A primera vista, este cuadro de gran formato ejecutado por el pintor Johann Peter Krafft impresiona por su monumentalidad y su sentido teatral. No es una simple representación de un hecho de armas, sino una elaborada puesta en escena de un momento simbólico en la historia europea: el principio del fin del imperio napoleónico. La pintura, ejecutada más de dos décadas después de la batalla, refleja no solo un acontecimiento militar, sino también un ideal político y moral del siglo XIX: la victoria de las monarquías tradicionales sobre la ambición imperial del ogro corso.
1. El contexto histórico detrás del lienzo
La batalla de Leipzig, librada entre el 16 y el 19 de octubre de 1813, fue el mayor enfrentamiento armado jamás visto en Europa. De hecho, el viejo continente tendría que esperar a la Primera Guerra Mundial, más de 100 años después, para volver a ver un batalla con tantos combatientes y bajas. En la Batalla de Leipzig participó más de medio millón de soldados de toda Europa. Se la conoce como la “Batalla de las Naciones” porque en ella combatieron tropas de muchos países: franceses, polacos e italianos en el bando de Napoleón, y rusos, prusianos, austríacos y suecos en el de la coalición.
Los contemporáneos de mentalidad patriótica la reinterpretaron muy pronto como una «batalla de los pueblos» de Europa por la libertad y la unidad nacionales. La asociaron con la esperanza de una reorganización liberal y la superación del pequeño estatalismo mediante el restablecimiento de un imperio alemán. Estas esperanzas se vieron frustradas en el Congreso de Viena de 1815.
El resultado táctico y estratégico de esta batalla fue devastador para Francia: Napoleón perdió más de 70.000 hombres y tuvo que retirarse hacia el oeste, abriendo el camino hacia la invasión de Francia y su posterior abdicación en 1814.
Curiosamente, la pintura que nos ocupa no representa la batalla en sí, sino su desenlace político y simbólico: el momento en que los vencedores —los monarcas aliados— se reúnen para sellar su triunfo. Napoleón, el gran ausente, no aparece en el cuadro, pero su presencia se siente a través de los despojos del campo de batalla, convenientemente situados a sus pies en la composición.
El artista Johann Peter Krafft, representado a sí mismo en el borde izquierdo del cuadro, residía en Viena desde 1799 y trabajaba en la Academia de Bellas Artes, recibió el encargo de pintar dos escenas de batallas para el Salón de Honor del Invalidenhaus de Viena: «El archiduque Carlos con su séquito en la batalla de Aspern, 1809» y «Anuncio de victoria del príncipe Schwarzenberg tras la batalla de Leipzig, 1813». Este último fue inaugurado ceremoniosamente en el aniversario de la batalla, el 18 de octubre de 1817. La versión del Museo Histórico Alemán que ilustra este artículo fue encargada 20 años más tarde por la princesa Kinsky.
Como viene siendo habitual en muchos cuadros de la pintura histórica, la situación representada nunca llegó a producirse. En el momento del anuncio de la victoria, el emperador austríaco ya se había retirado a sus aposentos en el castillo de Rötha, muy cerca de Leipzig.
2. Los protagonistas y su disposición escénica
En el centro de la composición se encuentran los tres grandes vencedores: el zar Alejandro I de Rusia, el emperador Francisco I de Austria y el rey Federico Guillermo III de Prusia. Krafft los retrata vestidos con uniformes impecables y condecoraciones brillantes, contrastando con el caos y la suciedad del campo de batalla. El artista buscaba mostrar la idea del orden restaurado, de la autoridad legítima que emerge del desorden bélico fomentado por Napoleón al usurpar la corona de Francia.
Un detalle curioso es la jerarquía visual que Krafft establece mediante la postura y la iluminación. El mariscal austríaco Karl Philipp, Fürst von Schwarzenberg, montado en un caballo blanco y situado ligeramente más alto, ocupa el punto focal, trae a los soberanos la noticia de la victoria tras 4 días de extenuantes combates. Francisco I aparece en actitud respetuosa, casi diplomática, mientras que Federico Guillermo III, con gesto serio, refuerza la imagen de la alianza monárquica. La luz baña sus rostros, como si un amanecer moral iluminara Europa tras la tormenta napoleónica.
Al fondo aparecen elementos arquitectónicos que permiten identificar la batalla sin género de dudas: el castillo de Pleißenburg (hoy desaparecido y reemplazado por el nuevo ayuntamiento) y la iglesia de Santo Tomás (donde trabajó Bach casi 30 años hasta su muerte y hoy está enterrado) en la parte superior izquierda. Los combates tuvieron lugar en el norte, sur y oeste de la ciudad del 16 al 19 de octubre de 1813, y finalmente en la propia ciudad al día siguiente.
Napoleón, el emperador derrotado, no aparece en el cuadro, sólo banderas y águilas quedan como testigos mudos de su reinado.
3. El uso simbólico del color y la luz
La luz en esta pintura no es casual. Krafft, formado en el academicismo vienés, emplea una iluminación casi teatral para separar el mundo de los vencedores del de los vencidos. Los monarcas y sus generales están bañados por una claridad dorada, mientras que el primer plano, donde yacen los restos de armas, banderas y soldados derrotados, está envuelto en sombras. Este contraste sugiere una lectura moral: la oscuridad de la ambición humana frente a la luz del orden restaurado.
El colorido de los uniformes también tiene un papel simbólico. Los tonos rojos, blancos y dorados dominan la escena, recordando los colores de muchas casas reales europeas. Frente a ellos, los tonos más apagados de los soldados heridos y los restos franceses evocan el ocaso del imperio napoleónico. Incluso los caballos, especialmente el blanco del mariscal Schwarzenberg, funcionan como alegorías del poder legítimo y la pureza moral.
4. Los objetos y los detalles ocultos
Una de las curiosidades más fascinantes del cuadro reside en los objetos esparcidos en el suelo. En primer plano se ven cañones rotos, ruedas de artillería, una bandera francesa abandonada y un águila imperial rendida por sus defensores. Estos elementos no son simples accesorios: representan el colapso de la maquinaria bélica napoleónica. La bandera doblada y el águila —símbolo personal de Napoleón— son un mensaje visual inequívoco de derrota y humillación.
También se pueden apreciar mapas, sables y tambores, todos desordenados. Krafft usa estos objetos para contraponer el caos de la guerra con la serenidad altiva de los vencedores. Además, la presencia de los prisioneros y los oficiales franceses rendidos, a la izquierda, añade una nota de humanidad trágica. Observan la escena con resignación, conscientes de que asisten al final de una era.
5. El simbolismo político y propagandístico
Aunque el cuadro parece histórico y objetivo, en realidad es una obra profundamente política y propagandística. Fue encargada durante la época en que el Imperio austríaco trataba de reforzar la legitimidad del orden europeo posterior al Congreso de Viena. Krafft no pintaba solo una victoria militar, sino una alegoría del triunfo de la monarquía y la estabilidad frente a la revolución y la ambición personal.
En este sentido, la ausencia de Napoleón es significativa: su figura, demasiado poderosa para compartir espacio con sus vencedores, se sustituye por sus emblemas rotos. De este modo, la pintura se convierte en una especie de “anti-Napoleón”, un monumento pictórico a la restauración.
6. La teatralidad y el academicismo
El estilo de Krafft combina el rigor histórico con un dramatismo casi escénico. La disposición de los personajes recuerda una representación teatral: los monarcas en el centro, los espectadores (oficiales y soldados) alrededor, y un fondo que se abre al paisaje de Leipzig con humo y movimiento. Todo parece cuidadosamente coreografiado para transmitir una sensación de solemnidad y grandeza.
Una curiosidad técnica es que Krafft, como muchos pintores historicistas, no estuvo presente en la batalla. Su conocimiento del evento procedía de relatos escritos, grabados y testimonios. Por eso, más que un reportaje visual, el cuadro es una reconstrucción idealizada. El paisaje, las posturas y hasta los uniformes son más simbólicos que realistas: buscan encarnar una idea de Europa unida frente al caos revolucionario.
7. La multitud y el orden visual
A pesar de la cantidad de personajes, el cuadro mantiene una composición equilibrada. Krafft domina el arte de organizar multitudes sin perder claridad narrativa. Los grupos se disponen en diagonales que conducen la mirada hacia el centro, donde se produce el encuentro de los monarcas. El resto de la escena, aunque lleno de vida —soldados conversando, caballos inquietos, humo de batalla—, está subordinado a ese punto central. Es un ejemplo magistral de cómo el academicismo del siglo XIX podía combinar detalle y estructura.
8. El mensaje moral y europeo
El cuadro no solo celebra una victoria militar, sino también una visión de Europa como comunidad de reinos civilizados que derrotan la tiranía individual. En pleno siglo XIX, este mensaje era fundamental para la legitimidad de los regímenes restaurados tras Napoleón. Krafft transforma la guerra en una ceremonia de reconciliación aristocrática: los soberanos no aparecen como conquistadores crueles, sino como caballeros magnánimos que restablecen la armonía.
9. Recepción y legado
La obra tuvo una gran acogida en su tiempo, especialmente en los círculos cortesanos de Viena. Fue vista como una afirmación de la estabilidad del sistema europeo tras las convulsiones revolucionarias. Sin embargo, con el paso del tiempo, la pintura ha adquirido un valor distinto: más que propaganda, se la aprecia como testimonio de una mentalidad retrógrada y un estilo artístico un tanto hortera. Hoy nos llama la atención por su detallismo y su ambición narrativa, pero también por su ingenua confianza en el poder del arte para glorificar la política.
10. Curiosidades finales
Krafft fue pintor de la corte austriaca, y su formación le permitió observar de cerca los uniformes, condecoraciones y actitudes de los oficiales, lo que da gran realismo a los retratos.
Como todos los medios de comunicación, las pinturas y los grabados sólo transmiten una imagen incompleta de la guerra y la violencia. En el horizonte puede verse la ciudad de Leipzig, apenas insinuada entre el humo: un sutil recordatorio de que, aunque el campo esté lleno de gloria para los vencedores, la guerra deja siempre destrucción detrás.
La nacionalidad de los presentes en el cuadro puede adivinarse mediante las plumas de sus tocados: negra para los soldados rusos, verde para los soldados austríacos y blanca para los soldados prusianos.
La pintura mide más de tres metros de ancho, lo que acentúa su carácter monumental y su función conmemorativa, casi como si fuera un tapiz histórico destinado a un palacio imperial.
Bibliografía
https://sammlung.wienmuseum.at/objekt/517090-siegesmeldung-nach-der-schlacht-bei-leipzig-1813/
https://www.zum.de/Faecher/G/BW/Landeskunde/rhein/geschichte/neunzehn/befrei/krafft_dhm2013.htm
https://artsandculture.google.com/asset/siegesmeldung-nach-der-schlacht-bei-leipzig-am-18-oktober-1813/OAHQeU8vj-bccw?hl=de








