Batallitas: la obra maestra que no conocías n.º 4
Bismarck en la sesión parlamentaria del 6 de febrero de 1888
"Los alemanes tememos a Dios, pero a nada más en el mundo…"
Estas fueron las palabras de Bismarck en la sesión parlamentaria del Reichstag del 6 de febrero de 1888 que representa este cuadro del pintor alemán Ernst Henseler.
La frase se hizo famosa como expresión de la fuerza nacional y se incluyó en postales y platos decorativos. El final de la frase que pronunció Bismack apenas obtuvo notoriedad: "… y es el temor de Dios lo que nos hace amar y cultivar la paz".
Con su afirmación, Bismarck subrayaba la conexión entre fuerza (disuasión) y pacifismo en un momento muy delicado para la paz europea, la crisis búlgara, uno de los diversos episodios de la continua crisis de los Balcanes, en la que varios estados vasallos lucharon por independizarse del decadente Imperio Otomano, creando un amplio mosaico de nacientes estados-nación (balcanización).
Cuando pronunció su famoso discurso parlamentario, el Canciller de Hierro no lo sabía, pero su suerte estaba a punto de cambiar: un mes más tarde, el 9 de marzo de 1888, moría el anciano emperador Guillermo I. Su hijo y sucesor, Federico III, tenía un cáncer terminal de laringe y su reinado fue de sólo 99 días.
Tras la muerte de su abuelo y padre en el plazo de tres meses (los alemanes lo llamaron el «Año de los Tres Emperadores»), el entonces joven Guillermo II, de 29 años, ascendió al trono y escenificó su acceso al trono con una solemne ceremonia, que el influyente pintor de historia y profesor de la Academia Anton von Werner plasmó en este cuadro de formato monumental ↓
El emperador (de reojo, leyendo una proclama) y su familia aparecen en una escalera bajo un dosel cubierto de crespones de luto, con el canciller imperial Otto von Bismarck de pie frente a él, en el centro del cuadro, con el uniforme blanco de los coraceros de Halberstadt; a su izquierda, junto a la corona real prusiana colocada sobre un cojín, se encuentra su lugarteniente Otto zu Stolberg-Wernigerode, que también ocupaba el cargo de chambelán jefe en la corte prusiana.
Es casi imposible pasar por alto que, en el empeño del autor por representar el acontecimiento con la mayor fidelidad posible, (consciente o inconscientemente), Bismarck aparece distanciado del emperador, aislado y adoptando una postura ligeramente encorvada, de aspecto triste: es un anciano cuyo tiempo político parece haberse agotado.
La explicación puede estar en la propia destitución de Bismarck como Canciller del Reich por parte de Guillermo II el 20 de marzo de 1890, menos de dos años después (y tres años antes de la finalización del cuadro). Guillermo II no coincidía en muchos aspectos con el viejo canciller de su abuelo y su padre y no quería dejarle hacer y deshacer a su antojo como habían hecho ellos.
Tras la destitución del viejo Canciller, ninguno de sus sucesores supo estar a su altura a nivel político o diplomático. Las alianzas que Bismarck había trenzado durante décadas para aislar a Francia y promover relaciones amistosas con el Reino de Italia, Austria y Rusia se marchitaron rápidamente y dejaron a Alemania en una posición precaria cuando estalló la Primera Guerra Mundial, donde los alemanes empezaron a temer algo más que a Dios.
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